Argentina
derrotó 3 a 1 a Alemania en Frankfurt con goles de Khedira en contra, Messi y
Di María. En el primer tiempo der Stegen le contuvo un penal a La Pulga. Los
locales jugaron una hora con 10, por la expulsión de su arquero Zieler.
Cuando
Sabella dispuso del ingreso del Kun Agüero al inicio del segundo tiempo fue
llamativo, por la supuesta conservaduría que mantiene el ex técnico de
Estudiantes, pero aún más fue la audacia con la que decidió jugarse el
reemplazo. Con un gol de ventaja y un jugador más, que haría especular con
mantener un sistema cauteloso que ya le generaba la posesión de la pelota, hizo
entrar al delantero del Manchester City por José Sosa. Estaba ganando y ponía
tres puntas.
En esa
evidencia quedo plasmada la necesidad de que estos tres monstruos de arriba salgan
desde el inicio casi de la mano (siempre que puedan hacerlo, por no estar
suspendidos). Messi, Kun y el Pipita Higuaín son la síntesis de la explosión y
el entendimiento argentino. Los que posibilitan soluciones en tres cuartos de
cancha. Entienden su objetivo de búsqueda constante del arco, solidaridad entre
sí, abren y crean espacios con piques cortos persuasivos y sin mirar desprenden
ese pase al vacío de memoria, para la sorpresiva aparición del definidor, como
sucedió en el gol del astro del Barcelona o las chances del ex delantero de
River.
El
Seleccionado Nacional había tenido una buena primera mitad, en la que los
últimos 30 minutos tuvo el absoluto dominio del juego, pero sin ser del todo
claro en ataque ni profundo. Sin desesperarse, volvía a empezar y buscaba por
cada sector del campo, pero jamás metía una puñalada para romper el rígido esquema
teutón. La única vez que lo logró, Zieler se llevó puesto a Sosa, quien
redondeó un buen partido para lo esperado pero aun así debe ser el que
sacrifique su posición para el descollante nivel de su atacante sustituto.
Con el
tridente todopoderoso, ese monopolio de juego, pasó a ser codificado en
situaciones de gol. Así, por decantación, comenzaron a llegar los goles y las
jugadas de riesgo. Fueron tres pero podrían haber sido más, de estar más fino
Higuaín en la definición o que el palo no sea tan exigente con La Pulga, quien
cambió su deslucida imagen de la primera mitad (con su primer penal errado con
la Albiceleste, previamente muy anunciado y débil remate rasante para hacer
lucir al reciente ingresado der Stegen).
Con
Agüero en cancha, Messi se soltó, fue más libre, fue él. En 6 minutos resolvieron un
partido, que si bien hacían rato dominaban no podían tomar el oxígeno
suficiente para despegarse en el marcador. Las jugadas elaboradas, sostenidas
en el mediocampo por Fernando Gago, el referente de la creación, acompañado por
Mascherano, quien jugó el mejor partido como volante central en la era Sabella,
comenzaron a ser más dinámico hasta que decidieron cerrar el show con un
fierrazo de Di María desde 35 metros, cuando varios se desentendieron de esa
jugada.
Dicho
que la parte ofensiva está llegando a su punto cúlmine de preparación, vale
destacar la tarea de los laterales sumándose siempre a la línea de volantes.
Tanto Pablo Zabaleta como Marco Rojo, acompañaron cada subida por su sector,
mostrándose uno más en ataque. Pero no todo lo que reluce siempre es oro.
Porque así como van, también hay que volver. Y el gran déficit de este partido
ante una pobre Alemania de recambio, sin sus grandes figuras por diversos
motivos, fue sufrir sofocones en el retroceso, con lo partido que quedaba la
última línea del mediocampo, que dio grandes espacios que invitaban a un
constante desborde germano.
Mientras
la dupla en la zaga central de Garay-Fernández pasa tibios sofocones con
centros cruzados, pero a su vez continúa aceitándose, en búsqueda de esa
solidificación que los consolide como los amos del fondo (y parece bien que el
técnico apueste por dos jugadores jóvenes con mucho por recorrer), arriba
determinadamente se ve la certeza que M-K-H es indispensable, sin importar el
color de la camiseta que esté en frente. Algo de astucia que tuvo Sabella,
refutándose juego a juego.
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